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LOS FAMOSOS CASOS DE SAM PICHURRI
Y SU MAYORDOMO LECHUGO (capitulo 1) |
El hombre tenia cara de
muerto, estaba sentado encima de una silla reticulada con estrias en forma de aspas
traseras, los dedos los tenia apoyados en los respaldos braceros, la cabeza medio ladeada
hacia arriba; tenia la lengua de color morado, que resaltaba más entre unos dientes
blanquísimos como el chocolate.
Sangraba profusamente de una herida negra y
pestilente que manaba de la sien, las moscas se peleaban en medio de un vaile loco y vuelo
histérico para aterrizar y chupar del nectar medio seco. ¡Dios mio!, era para verlo, ese
hombre daba como hasco, daba más que asco.
Enseguida me hice cargo de la situación,
cogí un pañuelo y me dirigí sin muchos aspavientos a vomitar en una papelera que por
allí estaba, sola ella, con la boquita abierta.
Después de un minucioso registro y examen del cadáver, llegamos a la conclusión de que
no se trataba de un hombre muerto lo que teníamos ante nuestros ojos, sinó de una ¡¡
mujer !!.
Al principio pensamos que bien podia
tratarse de un escocés venido a menos con minifalda y pintado para ir de carnaval, pero
esta hipótesis se vino rápidamente abajo al no encontrar por ningun lado de la
habitación la gaita escocesa y sí, en cambio, encontrar en el bolso de la susodicha su
carnet de identidad donde ponia bien claro que se llamaba Dolores Garcia Patillera, que
era mujer y que tenia unos 27 años, y la prueba definitiva fue que no habia nacido en
Escocia sinó en
Mataró.
Una vez recogimos todos los objetos
personales de la víctima en una bolsa y el dinero en la mia, el anestesista se hizo la
autopsia con una navaja oxidada, lástima de chico, me caia bien, aunque últimamente
estaba un poco perturbado.
Incineramos los cadáveres allí mismo con un poco de alcohol y gasas que siempre llevo
encima para incinerar a alguien y nos fuimos para casa yo y mi mayordomo Lechugo que ya
era hora de ir a dormir.
Al llegar a casa nos la encontramos tal y
como la habiamos dejado y no tuve más remedio que ordenar a Lechugo que limpiara los
platos, que yo me iba a dormir y a pensar en el caso tan estraño en el que nos habiamos
metido.
El dia siguiente me desperté a eso de las
10 de la mañana con ganas de retomar el hilo causístico del crímen, ganas que
desaparecieron rápidamente y, gracias a dios, me di la vuelta y me puse a roncar
plácidamente hasta las 7 de la tarde.
A eso de las 8, estando yo aun medio adormilado me sorprendió un gran ruido, como
de las cataratas del Niágara, salí del baño de un salto y sobrecogido, y no volví a
tirar de la cadena durante un rato.
Después de una opípara cena y lejos de
dejar el caso a un lado, me dispuse a pedir a Lechugo el periódico para hacer el
crucigrama del dia, en eso estaba cuando de repente sonó el timbre con estruendo, que me
hubiera sorprendido de no ser que lo pulsé yo mismo para advertir a Lechugo que me
trajera una cerveza de la nevera; depués de varios eruptos me puse a trabajar, y puse
tanto empeño en ello que si Lechugo
no me hubiera despertado aun estaria durmiendo.
Al final la policia detuvo al asesino, pero
yo ya habia resuelto el caso, lo que pasa es que ellos son más ¡coño!.
Sam Pichurri
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